“Yo fui un hombre lobo adolescente” (1985) es una película que se mantiene, sorprendentemente, como un clásico de culto dentro del subgénero de terror adolescente. Más allá de la premisa, que a primera vista podría sonar a cliché, la película logra crear una atmósfera inquietante y un estudio psicológico cautivante, ofreciendo una experiencia perturbadora y, a su manera, conmovedora. La dirección de Michael Byrne es eficiente, priorizando la tensión y el suspense sobre los sustos fáciles, lo que resulta fundamental para el impacto final de la historia. No hay persecuciones espectaculares ni efectos especiales llamativos; la verdadera maestría de Byrne reside en construir una sensación constante de peligro latente, casi palpable, que se filtra a través de la cámara y el encuadre.
La película se centra en Tony Rivers, interpretado con una autenticidad admirable por Michael Landon Jr. Landon, que ya era un rostro familiar gracias a su papel en "La Dimensión Desconocida", logra transmitir la vulnerabilidad y la confusión de un adolescente inseguro de sí mismo. Su Tony es un chico que busca desesperadamente ser aceptado, que se siente incomprendido y que, en su búsqueda de identidad, se expone a una experiencia que lo marca profundamente. La relación entre Tony y el Dr. Brandon (Whit Bissell) es el núcleo de la película y Bissell ofrece una interpretación sutil y aterradora como el científico aparentemente benevolente que manipula a su paciente. La dinámica entre ambos personajes, con su mezcla de profesionalismo frío y curiosidad morbosa, es lo que da peso a la narrativa. No es solo un hombre lobo; es el resultado de una experimentación científica que explora los límites de la psique humana.
El guion, adaptado de una novela de Richard Matheson, es sorprendentemente complejo para una película de bajo presupuesto. La historia no se limita a la transformación física, sino que profundiza en las consecuencias emocionales y psicológicas del trauma. La película no simplifica la idea del monstruo interior; presenta a Tony como un individuo atormentado, cuya condición se agrava con cada transformación. La película plantea preguntas inquietantes sobre la naturaleza de la identidad, la responsabilidad científica y la fragilidad del alma humana. A pesar de algunos diálogos un poco torpes, la película logra mantener un ritmo constante y un interés genuino en la evolución del personaje de Tony. El uso del sonido, con sus susurros inquietantes y la música tensa, contribuye significativamente a la atmósfera opresiva que impregna la película.
Aunque la trama pueda parecer predecible para el espectador moderno, “Yo fui un hombre lobo adolescente” posee una calidad atemporal en su retrato de la adolescencia y la lucha por encontrar el lugar en el mundo. Es una película que se queda contigo después de que los créditos finales han terminado de rodar, y que invita a la reflexión sobre temas universales como la soledad, el miedo y la búsqueda de la aceptación. Es una joya escondida del cine de terror, digna de ser redescubierta por aquellos que buscan experiencias cinematográficas más allá de los sustos baratos.
Nota: 7/10