“Zombieland: Mata y remata” no solo continúa la comedia apocalíptica iniciada con la original, sino que se atreve a expandir el universo y, lo que es más importante, a profundizar en los personajes que lo habitan. La película nos lleva a un viaje a través de Estados Unidos, no solo en términos geográficos, sino también emocionales, con un nuevo objetivo que obliga al grupo de supervivientes liderado por Columbus (Jesse Eisenberg) a enfrentar no solo a hordas de zombis, sino también a sus propias dinámicas interpersonales. El traslado desde Washington D.C. hasta la Casa Blanca, aparentemente absurdo, funciona como catalizador para una exploración de las relaciones, la amistad y, por supuesto, el humor negro que ha sido la esencia de la franquicia.
La dirección de Ruben Fleischer se mantiene fiel al estilo visual rápido y frenético que caracterizó la primera entrega, pero con una paleta de colores más vibrante y una utilización del paisaje americano que añade una capa de narrativa visual interesante. La película se siente más ambiciosa, tanto en escala que abarca la totalidad del país, como en la complejidad de los conflictos internos. No se limita a ser una comedia de acción, sino que, intrínsecamente, es una historia sobre la búsqueda de pertenencia y el desarrollo personal dentro de un contexto desesperado. Hay un deseo palpable de romper con los clichés del género y de ofrecer una visión más matizada de la supervivencia.
Las actuaciones son, de nuevo, un pilar fundamental del éxito de la película. Jesse Eisenberg, con su característica ironía y sarcasmo, continúa siendo un Columbus torpe pero entrañable. Taika Waititi, como el misterioso y fatalita Waymond, aporta una dosis extra de carisma y, sorprendentemente, una profundidad emocional que no se esperaba. Abigail Breslin y Sam Jordana completan el núcleo del grupo con un equilibrio perfecto, manteniendo el dinamismo y el humor que hicieron tan atractiva la primera película. La incorporación de Geraldine Kinsey como Ellie, una joven superviviente con un pasado turbulento, añade una nueva dimensión a la historia y pone a prueba la paciencia y la empatía del grupo.
El guion, aunque a veces recurre a gags predecibles, demuestra una notable evolución. La trama principal se complica con la introducción de nuevos tipos de zombis – aquellos que se alimentan de emociones – lo que obliga a los personajes a enfrentarse no solo a su instinto de supervivencia, sino también a sus propios miedos y demonios. La comedia persiste, pero se mezcla con momentos de tensión genuina y un desarrollo de personajes más consistente. La película no intenta ser profunda en el sentido tradicional, pero sí logra transmitir un mensaje sutil sobre la importancia de la conexión humana y de la capacidad de encontrar esperanza en los momentos más oscuros. Es una película que, en esencia, celebra la absurdidad de la vida, incluso cuando la muerte acecha en cada esquina.
Nota: 8/10