Zona de combate (2015)

“Zona de Combate” (Hyena Road) no es un thriller de acción resurgido a partir de la nostalgia por la Guerra de Afganistán. Es una película cuidadosamente construida, un estudio sobre la moralidad en territorio hostil y, sobre todo, un retrato crudo de la desesperación humana que se esconde bajo la superficie del conflicto. La película, dirigida con una notable sutileza por Robert Lorenz, se aleja deliberadamente de los clichés del género, ofreciendo en su lugar una experiencia cinematográfica más introspectiva y, en última instancia, más impactante.

La película se centra en Ryan Sanders, interpretado con la reserva necesaria por Rossif Sutherland, un ex-francotirador atormentado por su pasado. Su equipo, compuesto por personajes secundarios bien delineados aunque sin mucho desarrollo, se ve obligado a buscar refugio en un pueblo remoto, donde se topan con The Ghost, un guerrero legendario del pasado, ahora relegado al anonimato por las políticas represivas del Talibán. La dinámica entre estos hombres, atrapados en una situación precaria y consumidos por sus propios demonios internos, es el corazón palpitante de la historia. Sutherland ofrece una actuación discreta pero fundamental, transmitiendo la complejidad emocional de un hombre que lucha por mantener la cordura mientras se enfrenta a la realidad brutal de su entorno.

La dirección de Lorenz es magistral, empleando un enfoque visual que prioriza la atmósfera y el detalle sobre la acción desenfrenada. La fotografía, en tonos apagados y con una paleta de colores terrosos, refleja la desolación del paisaje afgano y el peso que lleva cada personaje. Hay escenas prolongadas que, lejos de buscar el impacto inmediato, permiten que el espectador absorba la tensión, el miedo y la incertidumbre. El ritmo de la película es deliberadamente lento, pero esto se justifica por la necesidad de construir una sensación realista de peligro y de la fragilidad de la existencia en ese lugar. Las secuencias de acción, aunque impactantes en su ejecución, son pocas y bien calibradas, evitando la sobrecarga y buscando un impacto más emocional que puramente visual.

El guion, adaptado de un artículo de la revista *The New Yorker*, se beneficia de una prosa precisa y contemplativa. La película no ofrece respuestas fáciles ni demoniza a ninguna facción. La moralidad es ambigua, y los personajes se ven obligados a tomar decisiones difíciles en un contexto donde no existen soluciones claras. El encuentro con The Ghost, interpretado por Barry Humphries, aporta una capa extra de complejidad al conflicto, demostrando que la resistencia puede tomar formas inesperadas. Sin embargo, la película no romantiza la lucha por la libertad; en cambio, explora las consecuencias psicológicas y emocionales de la guerra en individuos y comunidades. El tema central, la búsqueda del propósito en medio del caos, resuena a lo largo de toda la narrativa. Es una película que invita a la reflexión, no solo sobre la situación política de Afganistán, sino sobre la naturaleza de la esperanza y la resistencia.

Nota:** 7.5/10