Zorras (1980)

“Zorras” (Wild Style, 1983), dirigida por John Waters, no es una película que se pueda simplemente “ver”; es una experiencia visceral, una invasión a la mirada del espectador y un testimonio perturbador de la superficialidad y la desconexión emocional que acechan bajo la superficie del glamour y la seducción. Waters, conocido por su estética trash y su irreverencia, logra aquí algo más que una simple comedia negra; nos ofrece un retrato inquietante de las dinámicas de poder y la búsqueda de la identidad femenina en un contexto específico.

El guion, escrito por Waters y Truan, se centra en las vidas de cuatro jóvenes – Penny, Roxy, Lana y Matilda – que comparten un apartamento en Los Ángeles y, de forma obsesiva, se dedican a la seducción de hombres. Su estrategia, sin embargo, no se basa en el amor romántico, sino en la manipulación, la humillación y, paradójicamente, el deseo de ser admiradas. No se trata de una narrativa de búsqueda del amor, sino más bien de una de autoafirmación, a menudo retorcida y destructiva. La película, en esencia, expone la vacuidad subyacente a la necesidad de validación externa, una crítica mordaz a la sociedad de consumo y la cultura de la imagen.

La dirección de Waters es magistral. Utiliza una fotografía vibrante, saturada en colores intensos, que refleja el frenesí y la artificialidad del ambiente que se describe. La banda sonora, con sus canciones pop pegadizas y letras provocadoras, contribuye a crear una atmósfera de dislocación y hedonismo. Pero lo más importante es su habilidad para mantener el equilibrio entre lo grotesco y lo divertido, lo perturbador y lo hipnótico. Se observa un claro eco de la estética de la cultura underground de la época, combinada con un humor negro que, aunque a veces puede resultar incómodo, es innegablemente efectivo.

Las actuaciones son sobresalientes. Ellen Barkin, como Penny, irradia una confianza maquiavélica y una astucia peligrosa. Natasha Lyonne, como Roxy, aporta una dosis de inocencia y vulnerabilidad que contrasta con la agresividad de las demás. Tracey Ullman, como Matilda, ofrece una interpretación particularmente sorprendente, mostrando una capacidad para la disimulación y la manipulación. Todas las actrices, sin embargo, logran capturar la esencia de sus personajes, dando vida a mujeres complejas y contradictorias, que se cuestionan su propio lugar en el mundo.

“Zorras” no es una película fácil. Requiere una mente abierta y la disposición a confrontarse con algunas imágenes y situaciones que pueden resultar chocantes. Sin embargo, es una obra cinematográfica importante, que continúa resonando con la fuerza de sus ideas y su estilo visualmente impactante. Es un clásico de culto que merece ser visto y reevaluado, especialmente en el contexto actual de debates sobre la representación femenina y las dinámicas de poder.

Nota: 8/10